El Misterio en el Arroyo de Catorce Millas Por Rebekah Branham-Smith "Todos tenemos un lugar adonde vamos cuando estamos en problemas. Yo tengo una pequeña cueva, donde ni el FBI podría encontrarme cuando estoy dentro. Yo permanezco allí por dos o tres días. Yo tengo que avanzar por un río, y subir sobre una colina; y por entre las ramas, voy hacia un árbol y bajo esté, la entrada a mí cueva." William Marrion Branham "¿Qué haces aquí, Elías?" El 12 de abril de 1959. En la correspondencia del día 24 de enero de 1990 recibí la fotografía, y de repente me captó la atención, aun antes de leer la carta adjunta. Escrito en tinta sobre una orilla, estaba la palabra 'TOP' (hacia arriba), pero parecía la foto de un pozo. Le di la vuelta hacia la derecha; pero todavía eran puras piedras. Me encantan los misterios. El simple hecho de leer la carta sería demasiado fácil, tenía que solucionar esto por mi propia cuenta. Enderecé la fotografía, la coloqué en la máquina de escribir, y comencé a reclinarme en la silla...pero antes de que mi espalda hiciera contacto con la silla, ¡de repente me detuve! Sentía carne de gallina en los brazos. Lo que estaba mirando era una piedra en forma de pirámide con ángulos agudos, y una mesa formada de piedra. EL MOLINO Y EL INCREÍBLE TÚNEL Quince millas al noreste de Jeffersonville, a un costado de la carretera número 62, cerca de la ciudad de Charlestown, existe un área que es conocida como Túnel Mill. El terreno es colinoso, marcado con afloramientos de piedra caliza y numerosos arroyos y riachuelos. El arroyo principal se llama Fourteen Mile Creek, el cual corta una senda sinuosa de norte a sur desde Charlestown hasta llegar al Río Ohio. La desembocada del arroyo está a exactamente catorce millas de Jeffersonville, navegando por el río, por lo tanto no se necesita gran imaginación para dar con el nombre Fourteen Mile Creek (El Arroyo De Catorce Millas). A comienzos del siglo pasado, Charlestown era conocida como la ciudad principal molinera del condado Clark. En ese tiempo, un hombre llamado John Work operaba un molino al lado del Fourteen Mije Creek, moliendo maíz y trigo para los colonos y también los Indios. En 1817, después de quince años de uso continuo, el molino estaba necesitando reparación, y entonces fue cuando el Sr. Work comenzó a construir el molino más sobresaliente en todo el estado. Más adelante de donde estaba el molino tan usado, Fourteen Mile Creek forma una gran curva de casi 180 grados, dando la vuelta a una colina cuya punta está a casi cien pies sobre el nivel del agua. La distancia a través de la parte más angosta de esta península era de trescientos pies (casi cien metros), pero eran trescientos pies de piedra sólida. ¡Pero eso no detuvo a John Work! Esto era un reto para sus habilidades naturales de ingeniería, y decidió perforar el cerro con dinamita, formando un túnel por donde correría el agua para hacer funcionar el molino nuevo que pensaba edificar del otro lado del cerro. Al pasar por el túnel, el agua bajarla veinticuatro pies (casi ocho metros), suficiente para producir fuerza constante para el molino. Completaron el túnel en tres años, y cuando por fin la abrieron en 1820, era lo suficiente amplio para acomodar a un hombre montado a caballo. El molino nuevo llegó a ser famoso por todo el estado y fue conocido como Tunnel Mill (El Molino Del Túnel). El ingenioso John Work murió en 1832, y su hijo continuó con el negocio hasta 1854. Entonces fue cuando le vendió el terreno y el negocio al Sr. Wilford Green, quien juntamente con su familia continuó con el negocio del molino hasta 1927. Oficialmente todavía se conocía como Tunnel Mill, pero la gente de la comunidad comenzaba a referirse a Green's Mill, en consideración del nuevo dueño. La mayor parte del terreno del Sr. Green fue comprado por los Boy Scouts de América, y un campamento para estos exploradores fue construido cerca del sitio del primer molino del Sr. Work. Con el tiempo el molino nuevo fue desmantelado, y sólo ha quedado la rueda del molino como una reliquia oxidada de días pasados. En 1961 el increíble túnel fue cerrado con dinamita por razón de serpientes que abundaban allí y los guardabosques temían por la seguridad de los jóvenes exploradores. Beaver Hole No sabemos exactamente cuándo fue que Papá descubrió la cueva, porque desde jovencito él tenía conocimiento del área. En el tiempo de invierno él atrapaba castores a lo largo del arroyo para así ayudar a la familia en forma económica. En tiempo de verano, él y sus hermanos conseguían quien los trajera desde Jeffersonville, y luego procedían hasta Beaver Hole (Madriguera del Castor), un lugar al lado sur del camino de Tunnel Mill donde el Fourteen Mile Creek tiene como diez pies de profundidad y unos cuarenta pies de ancho. Sin duda, era el mejor lugar para nadar dentro de cincuenta millas. Y lo mejor de todo, había una soga amarrada a un árbol al lado del arroyo con la cual se lanzaba uno al agua. Pues, ¿qué más podría pedir un muchacho? La primera ocasión cuando Papá hizo mención de la cueva fue en 1946, y relató cómo fue que el Angel del Señor lo encontró allí. En otras ocasiones él habló de haber estado en la cueva, algunas veces por varios días y noches. Siempre iba solo, con la excepción de una ocasión en 1941, cuando se llevó a Mamá. La única indicación que él dio tocante a su ubicación en general, fue cuando les dijo a algunos miembros de la familia dónde debieran pararse para llamarlo en caso de alguna emergencia, un lugar como a medio camino entre la orilla del camino de Tunnel Mill y Beaver Hole. Hoy día, los rótulos al lado del camino le señalan a uno como llegar hasta Tunnel Mill Scout Reservation (la reserva de los exploradores), y la mayoría de la gente del vecindario no sabe de qué está hablando uno cuando les pregunta acerca de Green's Mill. Pero aún existe la rueda oxidada, y el agua todavía corre por Beaver Hole donde tiene como diez pies de profundidad. Pero este terreno por aquí es conocido como Green's Mill solamente para los antiguos, y quizás algunos cien mil Creyentes alrededor del mundo. Escrito en tinta sobre una orilla, estaba la palabra 'TOP' (hacia arriba), pero parecía la foto de un pozo. Le di la vuelta hacia la derecha; pero todavía eran puras piedras...Enderecé la fotografía...y comencé a reclinarme en la silla...pero antes de que mi espalda hiciera contacto con la silla, ¡de repente me detuve! Lo que estaba mirando era una piedra en forma de pirámide con ángulos agudos, y una mesa formada de piedra. Algo Inolvidable Con mi naturaleza tan curiosa, me asombro de que en ninguna ocasión le pedí a Mamá que me mostrara la ubicación de la cueva. Es muy probable que ella no me la hubiera mostrado. Sólo ella y Papá conocían la ubicación exacta. Mamá jamás volvió a la cueva después de aquella visita con Papá en 1941, pero el recuerdo de aquella ocasión le quedó muy viva. Me acuerdo de haberle preguntado cómo era, porque en mi mente me imaginaba un lugar quizás semejante a las Cavernas de Carlsbad (un lugar turístico en el estado de Nuevo México), seco, brillante y con clima agradable..."Oh no," me dijo, "adentro es muy pequeño y muy frío." Ella se acordaba de 'los muebles' de que Papá había hecho mención: una piedra donde sentarse y otra piedra más larga donde acostarse, y, algo más que era muy sobresaliente. "Había una tremenda piedra en forma de pirámide, que colgaba del cielo, sobre la mesa." Me dijo, "Era algo muy distinto." La Piedra Piramíde Mi mente estaba dando vuelta y vuelta mientras examinaba la foto que tenía en mi mano. Allí estaba, tan claro como el día: una mesa con una piedra pirámide encima. Rápidamente abrí la carta que acompañaba la foto: "Estimada Hermana Smith, te estoy enviando una foto que yo mismo tomé en una cueva en el área de Green's Mill, a la cual creo que el Señor me llevó... Cuando supe que Ud. iba a publicar un álbum de fotografías respecto al Hermano Branham sentí enviarte esta foto." Me sentí casi pasmada. Por muchos años centenares de personas han explorado detalladamente toda el área de Green's Mill, buscando la cueva del Hermano Branham. Algunos han pasado días enteros, recorriendo los cerros y siguiendo los vallecitos, buscando ese lugar evasivo que solamente el profeta conocía. En varias ocasiones Papá les decía a sus amigos que al entrar a la cueva, arrastraba detrás de él una mata, y así ocultaba la entrada de la búsqueda más intensiva. Decía que en veces podía oír voces de personas mientras pasaban cerca, tan cerca que si él hubiera querido les pudiera haber tocado. Tan escondido que sabíamos que estaba, y después de tantos años, el hecho de que la cueva en realidad pudiera ser hallada parecía increíble. Pero allí en la mano tenía yo la fotografía de lo que parecían ser dos de las cosas identificables que yo sabía que existían en la cueva: la mesa, y la increíble piedra en forma de pirámide. El nombre del hermano que me había escrito la carta no era uno que yo conocía, pero yo estaba muy ansiosa de hablar con él. Me sentí tranquila al hablar con él por teléfono y escuchar su voz tan particular del estado de Virginia. Me sonaba como 'uno de casa' y no me sentía desconcertada hablando con él. Me relató los detalles de cómo y cuándo había hallado la cueva, casi tres años antes. Yo estaba muy ansiosa por ver la cueva por mí misma, pero George y yo no pudimos desprendernos del trabajo e ir hasta el mes de abril. Viajamos en carro hasta Jeffersonville juntamente con nuestro hijo, William. Allí conocimos al Hermano C* por primera vez en la madrugada del Domingo de la Pascua. Yo ya no podía esperar más y nos dirigimos hacia Charlestown. Había llovido casi todo el día sábado, pero esa mañana el cielo amaneció claro. Para cuando llegamos a Green's Mill yo estaba sintiendo mucha aprehensión porque presentía que no iba ser una caminada fácil para llegar hasta la cueva. Y así fue. Las hojas del otoño pasado, aún mojadas por la lluvia del día anterior, tornaron las cuestas empinadas en algo muy peligroso. De pronto yo estaba gateando para subir por un lado del cerro y resbalando para bajar del otro lado. Luego llegamos a un lugar donde todos teníamos que proceder con mucha precaución. Habíamos dado la vuelta a un cerro y estábamos sobre un precipicio como de unos 25 metros. Lo único que podíamos hacer ahora era caminar en fila con cuidado sobre el risco. Ni siquiera traté de quedarme con los demás. Proseguí muy despacio, agarrada de los árbolitos, y fijándome bien en donde colocaba los pies. El área era muy rocoso, y piedras gigantescas estaban abajo en el precipicio. El Hermano C y William estaban como unos cinco metros delante, y al fijarme, vi que se habían detenido y parecía que me estaban mirando. Pensé que se iban a burlar de mí por ser tan lenta, luego vi que se estaban fijando en el suelo frente a sus pies. Yo sabía que estaban frente a la cueva. [*Para asegurar la privacidad del hermano que descubrió la cueva, no se publicará su nombre. Estamos muy agradecidos por la confianza que nos ha mostrado al haber compartido con nosotros este lugar tan especial.] La Cueva No parece ser una cueva. Mas bien parece ser una guarida de zorros, un cubil de animales. A primera vista uno nunca pensaría que un hombre podría pasar por la entrada tan reducida.
Y no me da pena decir, que habiendo esperado algo semejante a las Cavernas de Carlsbad, para mí era una gran sorpresa. Recuerdo haber pensado, "¿Cómo puede ser posible que esta sea la cueva? ¿En este hueco es donde el Angel del Señor tuvo el encuentro con el profeta Elías y le reveló las verdades de las Escrituras?" Nos quedamos parados allí por unos momentos, sin hablar. Comencé a sentirme débil por dentro, al darme cuenta del gran privilegio de estar parada en ese lugar. Allí juntos, oramos, luego el Hermano C se bajó por la entrada y George le siguió. Me arrodillé en el suelo para mirar hacia dentro. Los hombres estaban parados en un pasillo largo y angosto formado de piedra, y el aire de la cueva que me pegaba en la cara era muy frío. Entre las paredes había como 50 cm y escuché al Hermano C decir, "¿De dónde vino esta roca? No estaba aquí antes." Llevaban linternas de batería, pero un poquito adentro hay una curva en el pasillo, y entonces ya no los podía ver. No permanecieron mucho tiempo en la cueva, y cuando salieron, el Hermano C nos dijo que él sentía que había más piedra caída allí adentro de lo que había tres años antes. Al comienzo yo dudaba que William entraría a la cueva, siendo que él se parece mucho a mí en cuanto a lugares muy cerrados. Pero, colocó dos velas en la bolsa, ajustó bien la cámara de video, y se metió. Me dijo después que ni siquiera pensó en serpientes al comienzo, pero mientras estaba filmando pudo ver una salamandra roja sobre la pared. Para entrar en la cueva uno tiene que entrar pies primero, porque de inmediato el piso tiene un declive que lo lleva a uno de la altura de un metro, en la entrada, a dos metros rápidamente. Habiendo entrado, uno casi se puede parar bien. Un pasillo angosto como de ocho metros de largo lo conduce a uno desde la entrada hasta la pequeña cámara al final. Hay evidencia de que la cámara era mucho mayor de lo que es ahora. Piedras que han caído al frente de la cámara prohíben la entrada, y aun extendiendo la cámara fotográfica hacia esa parte de la cueva es muy difícil. Es muy claro que las tremendas rocas de piedra caliza que forman el interior de la cueva se están moviendo. Pero no sabemos si se debe a que las piedras del cielo de la cueva se están cayendo, o si es simplemente que la pared del lado norte se ha venido hacia dentro. Pero de los muebles formados de piedra, mencionados por el Hermano Branham, sólo queda la mesa y está en la parte más adentro. La mesa es formada de una tremenda roca de piedra caliza, y las esquinas superiores son perfectamente cuadradas. Mide tres por cuatro pies y tiene como tres pies de alto. Directamente sobre el centro de la mesa está colgando la piedra aguda en forma de pirámide, la cual me describió mi mamá. Es fácil entender como es que esto se le quedó tan claramente grabado en la memoria. La punta de la piedra está sólo a unas pulgadas de la superficie de la mesa, como si su caída fue parada repentinamente un instante antes de que hubiera sido destruida. ¡Es algo conmovedor! Después del primer viaje con el Hermano C, volvimos varias veces para filmar todos los detalles de la cueva hasta donde nos fuera posible. Un cierto día cuando decidí no acompañar a George y a William hasta la cueva, hubo un incidente muy interesante. Me quedé esperándolos en una parte del camino como cien metros antes de llegar a la cueva, donde no era tan angosto el camino y había un sitio donde podía descansar. Mientras esperaba, pensé que me gustaría tener una piedra de adentro de la cueva. Llamé a George, al cual apenas podía ver, y le dije que por favor me trajera una piedra cuando saliera nuevamente de la cueva. El no me pudo oír, pero William, el cual ya estaba adentro de la cueva filmando, me escuchó muy bien, y le dijo a George lo que yo había dicho. Estamos muy agradecidos con el Señor por habernos permitido alcanzar a ver lo que sentimos ser la cueva escondida y privada del profeta. Pero debido al peligro potencial del camino tan inseguro, y el interior que se está desmoronando, hemos tapado completamente la entrada de la cueva. No se darán instrucciones para llegar hasta el lugar exacto. La Sanidad de la Hermana Smith & El Milagro del Automóvil Studebaker por Gerald Cleveland Deseo dar mi testimonio para el beneficio de los Santos de Dios a través de todo el mundo, de cómo creo que Dios preordenó un encuentro que tuve con el Hermano Branham allá en el año 1964.
En aquel tiempo era muy difícil hablar con el Hermano Branham por razón de la mucha gente que lo buscaba. Pero en agosto de 1964 me entró un deseo ardiente de ir a Jeffersonville, Indiana. Traté de conseguir que me acompañara un amigo, porque él tenía un buen automóvil, y en cualquier otra ocasión 61 hubiera ido. Pero esta vez él no sentía deseos de ir. Me hizo la pregunta: "¿Sabes que el Hermano Branham va estar allí?" Dije: "No, no sé, pero tengo el deseo de ir y voy a ir." Era un viaje de 465 millas, y el único carro que tenía disponible era un Studebaker Champion, modelo 1950. Con un carro de catorce años de edad y el viaje siendo tan largo, no sé por qué aún tenía tantos deseos de ir. Pero sentía que mi carro podía ir y venir. Comencé a llamar para ver quienes más desearían ir conmigo. Tenía a mi hija, la cual era pequeña en aquel tiempo, y me la iba a llevar. Llamé al Hermano y la Hermana Smith, y me dijeron que sí gustarían ir. Entonces muy temprano al día siguiente, nos subimos al carro y viajamos hasta Jeffersonville, Indiana, llegando en la tarde del mismo día, el primero de agosto. Nos hospedamos en el Hotel Riverview, que estaba en las riberas del Río Ohio. Tenía conocimiento de un lugar llamado Beck's Grill, era un comedor y no quedaba muy lejos del hotel. Yo había comido allí anteriormente y me habla gustado, y decidimos ir allí a tomar algo. Ya era la tarde del día sábado, y cuando estábamos terminando con nuestro alimento en este lugar, el Hermano Smith me hizo señas y me dijo: "Mira, allí viene entrando el Hermano Branham." Tenía puesto su sombrero y tuve que mirar otra vez para estar seguro de que era él. El Hermano Smith me dijo: "Hace quince días soñé al Hermano Branham, y lo vi con ese sombrero." Pues, Uds. se imaginan, era algo emocionante para nosotros. Yo había visto al Hermano Branham en el púlpito, pero nunca había tenido el privilegio de saludarlo o estrecharle la mano. Recogí las cuentas de la mesa, y dije: "Esta vez me voy a acercar lo suficiente como para estrecharle la mano." El había llamado por teléfono y sólo había pasado para recoger la orden. Llegué hasta donde estaba y dije: "Hermano Branham, quiero decirle que es un gran privilegio poder estrecharle la mano." Y mientras lo saludaba, él me preguntó: "¿Han venido Uds. para la reunión del día de mañana?" Dije: "Sí señor, a eso hemos venido." Yo tenía las cuentas en la mano izquierda, y sin saber cómo lo hizo, él extendió la mano y me las quitó, y dijo: "Estas cuentas las pago yo." Dije: "Hermano Branham, nosotros podemos pagarlas." El dijo: "No. Uds. son mis hijos." En ese momento el Sr. Beck le entregó su orden. Con él estaba su hijo José, y los dos pasaron a la mesa donde estaban sentados el Hermano y la Hermana Smith. El Hermano Branham se quitó el sombrero y se inclinó hacia la Hermana Smith, como un genuino caballero de la parte sur de los Estados Unidos. Tiempo después la Hermana Smith dijo: "Una cosa sí puedo decir, que en toda mi vida he conocido cuando menos a un genuino caballero." El Hermano Branham se quedó parado allí junto a nuestra mesa por largo rato, y nos comenzó a hablar del Mensaje que Dios le había revelado respecto al futuro hogar de la Novia terrenal y el Novio celestial. Y nos comenzó a decir cosas que Dios le había mostrado al respecto. Mientras estaba allí parado frente a nosotros, alzó las dos manos a la cabeza y dijo: "Le pregunté al Señor, 'Dios, ¿eres Tú o estoy perdiendo la mente?' Y el Señor me aseguró que era El." Mientras que hablaba de las glorias de aquel lugar, yo me estaba llenando por dentro y comencé a llorar. Con las lágrimas corriendo por las mejillas, dije: "Hermano Branham, con todo eso que Ud. está diciendo me estoy volviendo muy nostálgico." Se me acercó, y con un brazo sobre mi hombro, me miró en los ojos y dijo: "Hermano, ya no falta mucho. Estamos en el último trecho de la carrera. Al día siguiente fuimos al Tabernáculo, y él predicó el mensaje: El Futuro Hogar De La Novia Terrenal Y El Novio Celestial. Cuando salimos del culto ese día, me subí al carro y pisé el freno, pero no tenía nada de freno. Pisé el pedal repetidamente y parecía que tenía un poquito de freno, entonces encendí el motor y nos dirigimos a la gasolinera más cercana. Apenas pude parar el carro y le dije al señor que los frenos me estaban fallando. El revisó el cilindro principal, y estaba seco. Lo llenó, y luego se puso a revisar el cilindro en cada rueda. El cilindro de la rueda trasera del lado derecho estaba botando el líquido. Me dijo: "Ud. tiene un cilindro quebrado." Le pregunté: '¿Ud. me lo puede arreglar? Tenemos un viaje largo por delante y la Hermana Smith viene enferma. Me urge llevarla a casa." Ella había estado sufriendo con una condición de los riñones, y estaba muy pálida. Yo estaba preocupado por ella. El mecánico me dijo que por ser día domingo, él no podía hacer la reparación sino hasta el día siguiente, pero me sugirió que quizás al comprar varias latitas del líquido para los frenos así podía añadirle a medida que se iba gastando. Me acuerdo que a ese hombre le compré cuatro latas de líquido para frenos, marca Inland, y salimos. Habíamos recogido otro pasajero, el Hermano Coggins, el cual era un antiguo ministro del Evangelio. El había estado en la reunión y estaba buscando cómo regresar a casa. Cruzamos el Río Ohio y les dije a todos que nos íbamos a parar en el primer restaurante, para gozar de una buena comida. Les dije que comieran lo suficiente porque no quería parar más hasta llegar a casa. Nos paramos en un cierto lugar y entramos y pedimos la comida. Cuando terminamos de comer, recogí las cuentas y me acerqué a la caja para pagar y luego irnos. Y por otra parte del restaurante salió el Hermano Branham. Llegó hasta donde yo estaba y dijo: "¡Qué coincidencia encontrarme con Uds. nuevamente!" Entonces le dije: "Hermano Branham, tenemos problemas." Dijo: "¿Así es?" Dije: "Sí señor. En el carro tengo un cilindro del freno muy malo, y no hay reparación sino hasta mañana. La Hermana Smith está enferma y nos urge llegar a casa. Es un camino muy largo y tenemos algunos cerros que cruzar." No se puso a orar. Sólo se detuvo por un instante, luego me miró y dijo: "Tengan mucho cuidado, y sigan por su camino. Todo estará bien." Me acuerdo que le tocó a la Hermana Smith en el hombro y le dijo: "Regrese a su hogar, Ud. estará bien." Nos subimos al carro y emprendimos el viaje. Le pregunté a la Hermana Smith: "¿Cómo se siente Ud.?" Me respondió: "¡Nunca en mi vida he sentido mejor!" La miré, y tenía su color normal. Unos momentos antes estaba pálida y sudando, y estaba enferma con dolores. Ahora, la gente puede decir lo que guste al respecto, pero aquí está lo que creo yo. Uds. han leído de la creación de las ardillas; han leído de cuando se le devolvió la vida al pez; han leído de la Hermana Hattie Wright Mosier, y lo que ocurrió en su hogar. Esa fue la Palabra Hablada, y muchos se han referido a esos ejemplos como la Tercera Etapa. Pero quiero decir que yo creo que nosotros también hemos sido hechos beneficiarios de la Palabra Hablada. El Hermano Branham no oró a Dios a favor nuestro. Simplemente nos dijo qué debiéramos hacer, y a medida que obedecimos lo que él nos dijo, las cosas comenzaron a acontecer en nuestras vidas. Seguimos por la carretera, gozosos por la sanidad de nuestra Hermana Smith. Al rato se puso oscuro, y estábamos cruzando las Montañas Smokey, saliendo de Tennessee y entrando a Carolina del Norte, allí por la reserva de los Indios Cherokee. Por esa parte de la carretera está una bajada muy larga, y por alguna razón yo ni había pensado en los frenos hasta entonces, y me di cuenta que no me había parado para añadir el líquido al cilindro principal. Había cruzado ese cerro varias veces y sabía que el camino estaba empinado y largo. De vez en cuando tocaba el freno, y estaba bien, muy bien. Cuando casi llegamos hasta abajo, les dije a los demás: "No le he añadido ni una sola gota de líquido al cilindro desde que salimos del restaurante, y el freno está igual a como si estuviera nuevo." Entonces nos dimos cuenta de que el Señor también había sanado el automóvil, habiendo parado el derrame del liquido por aquel cilindro quebrado. Nos regocijamos por todo el camino hasta llegar a casa. Estábamos tan contentos al darnos cuenta de que Dios había obrado un milagro tan maravilloso. Me quedé con ese carro por algunos años, y por todo el tiempo que lo tuve, nunca tuve que reparar ese cilindro del freno. Tampoco le tuve que añadir líquido al cilindro principal. Dios es un Dios maravilloso. Espero que este testimonio sea una bendición para alguien en alguna parte, para hacerles saber que Jesucristo es el mismo ayer, y hoy, y por todos los siglos. Yo pienso mucho en lo que el Hermano Branham dijo aquel día, parado allí en Beck's Grill, cuando se puso las manos en la cabeza y dijo que le había consultado a Dios que le mostrara si era El, o si estaba perdiendo la mente. Luego me pongo a escuchar el mensaje El Futuro Hogar De La Novia Terrenal Y El Novio Celestial, y sé que es una revelación de Dios Todopoderoso. Dios bajó, y para el beneficio de Su Novia, nos permitió ver un poco de cómo es de aquel lado. Que el Señor les bendiga. El Hermano Gerald Cleveland vive en Anderson, Carolina del Sur. En esta fotografía tomada en 1962, está el Hermano Branham parado junto al muro de piedra que forma la entrada de su casa en la calle Ewing en Jeffersonville, Indiana. Al lado izquierdo en la parte baja de la foto se ve el marcador, indicando hasta donde tendrían que mover las piedras para la ampliación de la calle. Desde su sitio rocoso allá en lo alto sobre el valle, el águila vigila el horizonte oriental donde los rayos dorados y púrpuras anuncian la salida del sol. Al poco tiempo los rayos resplandecientes pasarán por el risco distante para tornar el cielo en un color de turquesa brillante y calentar la arena del desierto, creando las olas termales en que se monta el águila. Sin tomar en cuenta la ciudad que aún duerme a sus pies, él extiende sus alas, anticipando las corrientes de aire que lo elevarán a los cielos.
En las sombras matutinas se disciernen los perfiles de los cactos saguaro centenarios, los cuales abundan al lado sur de las lomas del cerro Catalina, y están con sus brazos siempre alzados en alabanza a su Creador. Lentamente llegan al enfoque los esqueletos misteriosos del mesqite, el palo verde, la yuca, y la mata creosota mientras que el cielo se torna en un color gris de perla, y la ciudad en el valle despierta. Según algunos historiadores, el nombre ‘Tucson’ se deriva de la palabra ‘Sluyk-son’ empleada por los Indios Pima para describir el agua negra que corría por la base de las montañas. El agua negra ya desapareció, pero el nombre perdura. Tucson es una ciudad tan antigua como América, y es la comunidad de ocupación más continua en todos los Estados Unidos. Fue a este oasis en el desierto de Arizona a donde el profeta trajo su familia en 1963, sabiendo que en breve él estaría saliendo al desierto. Dios había extendido un llamado a Su profeta Elías para un tiempo de comunión. Cuando William Branham llegó a Tucson con su familia en enero de 1963, siendo ya un hombre de cincuenta y tres años, Arizona no era un territorio desconocido. Desde niño, un genuino amor del campo abierto fue revelado en su naturaleza, y su anhelo de la vida solitaria de un llanero lo destacó de los demás niños de su misma edad. Cuando ya pudo leer, se le encendió la imaginación al gozarse con el autor del oeste, Zane Grey. Las historias de Grey de exploradores, colonos, ganaderos, Indios, traidores, señoritas honradas, y vaqueros que vivían según el Código del Oeste1, todo representaba al joven Billy la vida ideal. Era un lugar donde la autoridad siempre estaba claramente definida y estable, se distinguía el bien del mal, y un hombre podía hallar significado para su vida. Para él, Arizona era el lugar donde todo se podía lograr; era la tierra de sus sueños. 1927 era un año muy oportuno en la vida de Billy. Para su gran asombro y deleite, le fue ofrecida la oportunidad de viajar a Arizona con una familia llamada Francisco. El Sr. Francisco precisaba de alguien que le ayudase de chofer; y conociendo los anhelos de Billy respecto a una vida en los llanos, le ofreció el puesto. Sin tener que decirlo, la oferta fue aceptada rápidamente, y con sus pocas pertenencias en una pequeña bolsa de lona, a los diecinueve años Billy se encontraba rumbo al oeste. El no tenía ningún plan de volver a Indiana. Gastaron casi quince días en recorrer las dos mil millas (la velocidad mediana era de veinticinco millas por hora), ¡pero qué tiempo tan emocionante para un joven que nunca había salido del valle del Río Ohio! Mientras que los demás se quejaban de la falta de comodidades a lo largo del viaje, Billy se estaba gozando con las vistas panorámicas de los llanos. Al ver la artemisa y demás plantas del desierto que crecían junto al camino, él les cantaba a los otros pasajeros cansados de la tierra que quedaba más allá de la Divisoria Continental. En veces, causando desesperación entre los demás, él trataba de imitar a los vaqueros con el ‘yodel’, lo cual es una forma de cantar cambiando frecuentemente de la voz natural a la voz de falsete y viceversa. Por fin llegaron a Phoenix en el mes de diciembre, y al poco tiempo Billy había conseguido empleo en un rancho en las afueras de la ciudad. Los detalles de los próximos meses le quedaron vivamente impresionados en la memoria a Billy por toda la vida. Durante los años de su ministerio, frecuentemente aludía en sus sermones a los episodios de aquellos días, hablando de exploradores, vaqueros, y las dificultades de la vida en el desierto, de tal forma que claramente mostraban su experiencia de primera mano. Pero su tiempo en Arizona fue abreviado, y en 1929 fue llamado a regresar a Jeffersonville para el funeral de su hermano Eduardo. El año era 1946, y el pueblo vaquero y polvoroso que antes era Phoenix, ahora se había esparcido por todo el 'Valle del Sol' como un fuego sin fronteras. En lugar del vaquero con su pistola apareció el agricultor con sus herramientas, ya que era tiempo de guerra y había mucha demanda de algodón y la carne de res, proveyendo el ímpetu para el nacimiento de una sociedad agrícola. Una temporada de cambios estaba barriendo la tierra. Y así como el agua estaba cambiando la apariencia del desierto, la sequía espiritual conocida durante los años de la Segunda Guerra Mundial también estaba siendo finalizada por una poderosa obra de Dios. Un ministro recuerda el año 1946 como “el año de preparación”; otros percibían una nueva ola de anticipación. Una nueva generación estaba hambrienta para recibir avivamiento, y, para una demostración del poder milagroso.2 En el año 1946 el ministerio de William Branham explotó contra el respaldo del movimiento pentecostal en América. Multitudes numerando en los miles se reunían para escuchar su mensaje y para atestiguar los milagros que vindicaban su ministerio. Rápidamente se corrió la voz entre la gente que verdaderamente este era un hombre de Dios, y algunos hasta le llamaban de profeta. Los ojos ciegos fueron abiertos, los cojos caminaban nuevamente, y hasta los muertos fueron resucitados. Era como si los días de Jesús se estaban repitiendo. “Branham había pegado justamente en el hueso del pentecostalismo, donde existía una tremenda hambre del mensaje del poder milagroso.”3 En estas reuniones es donde nació el avivamiento americano de sanidad después de la Segunda Guerra Mundial. “Branham no parecía ser un líder. Por varios años había sido pastor en una pequeña iglesia Bautista independiente; fue introducido al mundo pentecostal por los despreciados Pentecostales de la Unidad; su predicación no tenía fluidez y era increíblemente sencillo. Sin embargo, William Branham llegó a ser profeta para una generación.”4 Durante los primeros años de su ministerio de Campañas de Sanidad, el Hermano Branham tuvo varias reuniones en Phoenix y en los alrededores. Qué sensaciones de destino habrá experimentado mientras predicaba cada noche a los centenares de personas que se reunían cerca del mismo lugar, donde veinte años antes él había correteado los burros y soñado de pasar el resto de su vida como un vaquero. Durante los veinte años de su ministerio mundial, el Hermano Branham predicó más de ciento once mensajes en la región de Phoenix. Para el Hermano Branham, algunas de las reuniones de mayor éxito fueron las que tuvo en la Reserva Indígena de San Carlos, que queda como a 50 millas al oriente de Phoenix. Cuando menos en tres ocasiones ministró a la gente en ese lugar, dando fuerza al vinculo espiritual y natural que sentía con ‘la gente de la tierra.’ La simplicidad de sus palabras, como también la manera humilde en que las pronunciaba, atraía gente de todo rango social al Hermano Branham. Su esfuerzo de llevar el mensaje que Dios le había dado a la gente de todos los caminos de la vida, sin consideración de credo, color, o condición financiera, y la falta del deseo de acumular posesiones materiales, fijó un precedente a la cual todos los predicadores que habrían de seguirle sabiamente hubieran imitado. Esto era mucho más que cualquier avivamiento de salvación, liberación, sanidad y Espíritu Santo. William Branham trajo un mensaje de amor y unidad a un mundo religioso que de alguna manera había perdido el contacto con el Dios que servía. Aunque de vez en cuando tuvo una línea de oración al final de la reunión, ya para mediados de la década del 50 el enfoque principal del ministerio de William Branham era la enseñanza de la doctrina. Muchos de los ministros que en tiempos anteriores habían competido para ser el patrocinador de sus reuniones, ahora estaban retrocediendo de las doctrinas que él pronunciaba con ASÍ DICE EL SEÑOR. En enero de 1958, hubo una secuencia de eventos que prepararían la escena para una nueva fase del ministerio del Hermano Branham. Gene y Mary Norman invirtieron una buena cantidad de dinero y esfuerzo en anunciar las reuniones en Waterloo, Iowa. Eran amigos del Hermano Branham y deseaban que las reuniones que estaban patrocinando en su ciudad fueran memorables. Uno de los eventos en el itinerario era un desayuno, siendo la intención que fuera un tiempo especial de compañerismo para el Hermano Branham y los pastores locales. Sin embargo, el desayuno ministerial no procedió según el plan. En un premeditado acto de incultura, diez de los ministros invitados de repente se pusieron de pie y se marcharon mientras el Hermano Branham aún estaba hablando. Adolorido y avergonzado, el Hermano Norman comenzó a disculparse ante el Hermano Branham mientras lo llevaba nuevamente al hotel después del desayuno. Para su sorpresa, el Hermano Branham de repente miró hacia él y dijo: “Hermano Gene, abandone este lugar y váyase al oeste. Este lugar está bajo juicio.” El Hermano Gene nos relata: “Sabíamos que el Hermano Branham era un profeta, así que nunca hubo la primera duda de que si nos iríamos o no. Duré como seis meses en vender mi fábrica de dulces y nuestra casa. Luego empacamos nuestras cosas y salimos hacia el oeste, sin saber en realidad a dónde debiéramos ir.” “Nos detuvimos en el Gran Cañón por algunos días, y decidimos que no nos gustaba mucho ese ambiente, y luego bajamos a Phoenix. Allí tampoco nos gustó. Entonces vinimos hasta Tucson, y aquí nos quedamos anclados. Hasta donde sabíamos, el Hermano Branham nunca había estado en Tucson, pero nosotros sentimos que estábamos en el lugar correcto, a pesar de que no había nadie con quien tener compañerismo que creía el Mensaje.” Algunos años más tarde, en diciembre de 1962, en el mensaje titulado “Señores, ¿Es Este El Tiempo?” el Hermano Branham habló de aun otro evento que ocurrió en las reuniones de Waterloo: “Un día, hace ya como cinco años, viniendo de donde vivía el Hermano Norman, yo venía manejando por la carretera. Acababa de tener un culto allá y el Señor nuestro Dios se me apareció en una visión.” “Yo estaba sentado frente a la entrada de mi casa. Y parecía que el clima estaba muy malo. En esta visión yo vi que había algo que había pasado por la calle, y había piedras regadas por todo el patio. Había mucha maquinaria a lo largo de la calle, y habían cortado muchos árboles y los habían desarraigado. Y yo di la vuelta para entrar a mi casa y la entrada estaba toda tapada con piedras. Y me bajé del carro para preguntarle al trabajador: “¿Para qué es todo esto?” Y él se me puso muy bravo. Me dio un empujón y dijo: “Así es con Uds. los predicadores.” Le dije: “Yo solamente le pregunto ¿por qué hace Ud. esto? Ya se metieron a mi terreno. ¿Por qué hizo Ud. esto?” Me dio un empujón y por poco me dio una bofetada. Pensé: “Le voy a decir que no sabe de qué está hablando.” Entonces una voz me habló y dijo: “No hagas eso. Tú eres un ministro.” Y yo dije: “Muy bien.” Entonces di la media vuelta, y hacia mi derecha, allí frente a la entrada, estaba uno de aquellos antiguos furgones del llano, una carreta de caballos, con los caballos enganchados. Y sentada al lado de donde se sentaría el que maneja, estaba mi esposa. Me fijé en la parte de atrás, y allí estaban mis hijos. Me subí al furgón, y le dije a mi esposa: “Querida, ya no puedo aguantar más.” Entonces levanté las riendas, jalé el caballo delantero, y arrancamos, dirigiéndonos al oeste. Y una voz me dijo: "Cuando esto suceda, entonces ve hacia el oeste." Había un evento más por suceder que entonces cerraría el círculo completo de esta serie de eventos paradójicos, como el Hermano Gene Norman habría de comprender próximamente: Ya para terminar el año 1962, recibí una llamada telefónica desde Jeffersonville. Era el Hermano Branham, y me dijo: ‘Hermano Gene, búscame un lugar donde vivir en Tucson. Me estoy mudando al oeste.’ “Entonces supe por qué Dios había dirigido nuestros pasos hasta Tucson. No sabíamos por qué el Hermano Branham había escogido mudarse a este lugar, pero estábamos agradecidos que aquí estábamos para preparar un hogar a donde podía llegar con su familia.” Mi padre era jinete. El domaba caballos, y en veces seguía el rodeo y domaba caballos y disparaba en forma de exhibición. Era un buen jinete, y yo pensaba que siendo su hijo, seguramente yo también era jinete.
Teníamos un caballo viejo con el cual arábamos allá en la granja en Indiana y me acuerdo que esperaba hasta cuando mi papa anduviera revisando el maíz allá lejos de casa. Yo iba y bajaba la silla de montar y tomaba una manada de abrojos. El caballo ya estaba viejo y tieso, y cansado, y yo colocaba esos abrojos debajo de la silla, apretaba el cincho y me montaba. Yo tenía como doce años, el mayor de la familia, y todos mis hermanitos se sentaban para observarme. Me gritaban: "Dale Billy, dale." Ese caballo viejo estaba tan cansado que ni siquiera podía levantar los pies del suelo, pero yo me quitaba el sombrero y pensaba: "¡Yo sí soy un jinete!" Es que yo había leído demasiados cuentos del oeste. Un cierto día cuando yo ya tenía como diecinueve años, decidí que me necesitaban allá en el oeste para domar los caballos. Así que me fui de mi hogar y me fui al oeste para ser jinete del rodeo. Pensé que si solamente pudiera competir por la silla de Plata y ganar un poco de dinero, pues eso sería lo ideal. Cuando llegue a Arizona me compré una chaparreras finas como las que tenían los demás vaqueros. Tenían talladas las letras A-R-I-Z-O-N-A, y la cabeza de una res, y yo pensé: "¡Que hermosura!" Pero yo era un muchacho pequeño y cuando me las ponía parecía una de esas gallinitas con plumas en las piernas. Ni siquiera podía caminar con las chaparreras puestas, tenía que conformarme con unos pantalones de mezclilla marca levi. Un día estaba sentado en la cerca del corral con los demás vaqueros. Tenía puesto mi sombrero exactamente bien, y estaba esperando mi oportunidad para mostrarles a todos ellos qué bien yo podía montar. Estaban domando unos caballos que eran tan salvajes que uno casi ni podía acercarse a donde estaban para darles la paja. Eran bandidos. El primer jinete que salió era un hombre bien formado. El tenía puesto el uniforme apropiado para vaquero, y todas las muchachas le estaban haciendo señas. El era famoso y todos decían: "Este hombre sí puede montar este caballo." Trajeron el caballo, un caballo grande y negro, como de diecisiete manos. Lo llamaban el Bandido de Kansas, y yo pensé: "Oye, yo no sé. Este no se parece al caballo que teníamos allá en la granja en Indiana." Encerraron el caballo y le pusieron la silla. El jinete se montó y se colocó bien en la silla, y abrieron la puerta. ¡Ay, qué cosa! Ese caballo podía colocar las cuatro patas en un lavabo. Hizo unas torceduras y parecía que iba lanzar la silla sobre la luna. ¡Jamás había visto algo semejante en toda mi vida! Pues, la silla cayó acá y el jinete allá. Los vaqueros sujetaron al caballo, y al jinete se lo llevó la ambulancia; y yo estaba seguro de que este no era aquel caballo de arar en que me había montado. El patrón vino por allí donde todos los vaqueros estábamos sentados sobre la cerca y dijo: "Daré cincuenta dólares..." (mucho dinero en aquellos días), "cincuenta dólares a cualquier hombre que se mantenga sobre ese caballo por diez segundos." Vino directamente a donde yo estaba sentado entre los vaqueros, los cuales rápidamente estaban huyendo, y se detuvo y me miró en la cara y dijo: "¿Eres un jinete?" Y le respondí: "¡No señor!" Rápidamente cambié de opinión. Yo no era jinete. Cuando fui ordenado en la Iglesia Misionera Bautista, pensaba que era un predicador. Cargaba mi Biblia correctamente debajo del brazo, Uds. saben, porque tenía mis credenciales. Yo era un 'Defensor de la Fe.' Un día estaba en Saint Louis, Missouri, en una carpa en una campaña pentecostal, y me encontré con un predicador, Robert Daugherty. Ese hombre podía predicar hasta que se le doblaban las rodillas y el rostro se le volvía azul. Se doblaba hasta el suelo, recobraba la respiración, volvía a pararse y seguía predicando. Tenía una voz que se oía a dos cuadras. Después de esa ocasión, cuando me encontraba entre gente pentecostal, yo no decía mucho respecto al ser un predicador. Era igual como allá con el Bandido de Kansas. Cuando alguien me preguntaba: "¿Es Ud. un predicador?" Yo les respondía: "No señor. Dios me ha llamado a orar por Sus hijos enfermos." Mis maneras Bautistas tan antiguas no pueden reaccionar así de rápido. 2019 © Believers International Inc. |
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